Una copa, una butaca, esas malditas gafas que se pierden sin cesar, ese boli que tiene alma de hormiga y se esconde en su hormiguero hasta que decides comprar uno nuevo, ls cajas vacías, las cosas perdidas, el billete, las monedas, las sillas, los relojes de la cocina siempre retrasados, la nevera adolescente como su amo, la cama, ese lugar al que nadie quiere acompañarnos con su cuerpo pero que está lleno de almas recriminadoras de la vida cotidiana... y así hasta un sin fin de objetos que nos demuestran el aprecio que le tenemos a las cosas, a la vida en definitiva.
Un placer para abrir por cualquier página y descubrir que alguien ha puesto palabras a nuestras emociones. Cada objeto tiene algo que decir y yo pienso en los mios y me doy cuenta que no sería nadie sin ellos: el abanico decorado a mano de Clara, la dedicatoria en un posit de la cocina, el salero robado del último hotel de vacaciones,las conchas de mar, la planta de la terraza, la taza de desayuno que te niegas a tirar por muy deslucida que esté...
Guardamos mucho más de lo que imaginamos y sobre todo, cuando le dedicamos un rato a esos objetos que deambulan por nuestro entornos nos damos cuenta de que nos dicen mucho. Luis García Montero vuelve a poner palabras a aquellos sentimientos que todos tenemos en la cotidianeidad. Todo nos acompaña en esta geografía humana como una forma de resistencia. Una manera de decir que lo que vivimos y lo que guardamos es lenguaje puro. En un mundo dominado por lo material pero en el que, paradójicamente, las cosas han perdido su valor, Luis García Montero emprende, con elegancia, ironía y gran sensibilidad, este hermoso inventario. Repasa algunas de sus pertenencias, guiado por la necesidad de «tocarlas una a una, como un deseo de rebeldía, como una forma de resistencia».
En definitiva, una delicia de la palabra.
Ficha técnica
Un placer para abrir por cualquier página y descubrir que alguien ha puesto palabras a nuestras emociones. Cada objeto tiene algo que decir y yo pienso en los mios y me doy cuenta que no sería nadie sin ellos: el abanico decorado a mano de Clara, la dedicatoria en un posit de la cocina, el salero robado del último hotel de vacaciones,las conchas de mar, la planta de la terraza, la taza de desayuno que te niegas a tirar por muy deslucida que esté...
Guardamos mucho más de lo que imaginamos y sobre todo, cuando le dedicamos un rato a esos objetos que deambulan por nuestro entornos nos damos cuenta de que nos dicen mucho. Luis García Montero vuelve a poner palabras a aquellos sentimientos que todos tenemos en la cotidianeidad. Todo nos acompaña en esta geografía humana como una forma de resistencia. Una manera de decir que lo que vivimos y lo que guardamos es lenguaje puro. En un mundo dominado por lo material pero en el que, paradójicamente, las cosas han perdido su valor, Luis García Montero emprende, con elegancia, ironía y gran sensibilidad, este hermoso inventario. Repasa algunas de sus pertenencias, guiado por la necesidad de «tocarlas una a una, como un deseo de rebeldía, como una forma de resistencia».
En definitiva, una delicia de la palabra.
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